La tuátara es un reptil, por decir lo menos, particular. Solo se encuentra en Nueva Zelanda, posee un tercer ojo —sensible a la luz y que regula su ciclo circadiano— y además cuenta con una doble corrida de dientes en la mandíbula inferior.
Pero la característica más relevante es que se trata de una especie que surgió hace 250 millones de años. Por eso, muchos especialistas le llaman el “fósil viviente”.
Tan extraña es la tuátara que un equipo global de científicos —encabezado por la Universidad de Adelaida y el Museo del Sur de Australia— la estudió con el objetivo de secuenciar su genoma.
Las conclusiones de la investigación —publicadas en la revista Nature— arrojaron que el genoma de la tuátara tiene una inusual arquitectura, que está a medio camino entre los mamíferos y los reptiles.
“La tuátara es la última especie sobreviviente de un grupo de reptiles que deambulaba por la tierra junto con los dinosaurios. Lo notable es que su genoma comparte características con las de mamíferos como el ornitorrinco y el equidna”, señaló el profesor David Adelson, del Departamento de Ciencia Molecular de la Universidad de Adelaida.
El estudio científico se enfocó en las secuencias genéticas llamadas transposones o genes saltarines. Estos genes están presentes en los ADN de todos los seres vivos y se mueven, de manera autosuficiente, a diferentes partes del genoma de una célula.
“El genoma de la tuátara contenía alrededor de 4 por ciento de genes saltarines que son comunes en reptiles, alrededor de 10 por ciento de genes comunes en monotremas (ornitorrinco y equidna) y menos de 1 por ciento común en mamíferos placentarios como los humanos. Esta fue una observación muy inusual e indicó que el genoma de la tuátara es una extraña combinación de componentes de mamíferos y reptiles”, destacó el profesor David Adelson.