Un descubrimiento arqueológico reveló que hasta las más grandes élites sufrían de parásitos intestinales.
En una excavación realizada en la zona de Armon Hanatziv, en Jerusalén, se encontró un inodoro de 2,700 años de antigüedad. El artefacto de piedra caliza fue encontrado en una antigua propiedad perteneciente a la realeza de Jerusalén y ofrece evidencias de lo que pudo haber sido una importante epidemia parasitaria.
Según los investigadores, debajo del asiento se encontraron sedimentos antiguos que contienen huevos de cuatro tipos diferentes de gusanos intestinales. En específico, huevos de tricocéfalos (Trichuris trichiura), tenias (Taenia), ascárides (Ascaris lumbricoides) y oxiuros (Enterobius vermicularis).
Los huevos de las ascárides y los tricocéfalos fueron los más abundantes en el sitio. Ambos parásitos intestinales pueden afectar gravemente a los seres humanos al provocar desnutrición y deterioro del crecimiento en los casos más graves.
Estos parásitos suelen transmitirse al ingerir accidentalmente trazas de heces humanas que contienen parásitos o sus huevos. Una vez dentro del intestino, estos son capaces de producir miles de huevos al día en sus huéspedes humanos.
Según el estudio, la presencia de estos parásitos en las heces de la élite de Jerusalén sugiere que estos residuos no fueron tratados como es debido y que incluso pudieron desecharse en fuentes de agua o vertidas en cultivos que posteriormente se ingerían.
Si bien hoy en día los inodoros son un elemento de higiene, en el siglo VII a.C. eran más un símbolo de estatus. “La presencia de inodoros interiores puede haber sido más una cuestión de conveniencia que un intento de mejorar la higiene personal. Un inodoro era un símbolo de riqueza, una instalación privada que solo los ricos podían permitirse”, explican los investigadores.