Un impresionante hito consiguieron científicos liderados por Nenad Sestan, neurocientífico de Yale, que lograron revivir órganos de cerdos muertos, como el corazón y el cerebro, después de 4 horas tras el deceso, abriendo la pregunta sobre la muerte cerebral definitiva.
La investigación desafía la idea de que la muerte cardíaca, que ocurre cuando la circulación sanguínea y la oxigenación se detienen, es irreversible, y plantea preguntas éticas sobre la definición de muerte.
Todo se publicó en Nature este 3 de agosto y acá se consigna que, «los investigadores conectaron cerdos que habían estado muertos durante una hora a un sistema llamado OrganEx que bombeaba un sustituto de la sangre por todo el cuerpo de los animales. La solución, que contiene la sangre de los animales y 13 compuestos como los anticoagulantes, ralentizó la descomposición de los cuerpos y restauró rápidamente algunas funciones de los órganos, como la contracción del corazón y la actividad en el hígado y el riñón. Aunque OrganEx ayudó a preservar la integridad de algunos tejidos cerebrales, los investigadores no observaron ninguna actividad cerebral coordinada que indicara que los animales habían recuperado la conciencia o la sensibilidad».
«Hicimos que las células hicieran algo que no podían hacer» cuando los animales estaban muertos, dice el miembro del equipo Zvonimir Vrselja, neurocientífico de la Universidad de Yale en New Haven, Connecticut. «No estamos diciendo que sea clínicamente relevante, pero se está moviendo en la dirección correcta».
Por su parte, Nenad Sestan añade que, «si puedes recuperar alguna función en un cerebro de cerdo muerto, también puedes hacerlo en otros órganos».
Si los hallazgos de la restauración celular se pueden replicar en animales y, finalmente, en humanos, sus implicaciones para la longevidad humana podrían ser tan «profundas» como el advenimiento de la RCP y los ventiladores, dice Nita Farahany, neuroética de la Universidad de Duke en Durham, Carolina del Norte. Esto se debe a que la técnica podría algún día usarse para preservar órganos para trasplantes, que son escasos, o incluso para reanimación.
Con estas implicaciones potenciales vienen desafíos éticos, dice Farahany, especialmente si la técnica podría algún día restaurar la actividad cerebral después de la muerte.