La carrera por la fabricación de una vacuna efectiva para el COVID-19 continúa a pasos agigantados en todo el planeta. En su gran mayoría se están desarrollando tomando como base la llamada “cepa D” del coronavirus, que era la más común al principio de la pandemia.
Pero el virus ha evolucionado a la “cepa G” que es ahora la dominante a nivel mundial y representa cerca del 85 por ciento de los genomas publicados del SARS-CoV-2.
Por este motivo, existía el temor de que la cepa G, que está dentro de la proteína principal de la superficie del virus, tuviera un impacto negativo en las vacunas en desarrollo.
Pero un nuevo estudio virológico de la Universidad de York y la Organización de Investigación Científica e Industrial de la Commonwealth (CSIRO) asegura que no se encontró evidencia de que el cambio impactará en la eficacia de las vacunas candidatas.
La investigación analizó muestras de sangre de hurones que recibieron una vacuna elaborada para desactivar las cepas de virus con la mutación, conocida como “D614G”.
El profesor Seshadri Vasan —que ocupa una cátedra honoraria de Ciencias de la Salud en la Universidad de York y es el autor principal del artículo— señaló que esta “es una buena noticia para los cientos de vacunas en desarrollo en todo el mundo. La mayoría de ellas apunta a la proteína que se une a los receptores ACE2 en nuestros pulmones y vías respiratorias. Este es el punto de entrada para infectar las células. A pesar de esta mutación D614G, confirmamos —a través de experimentos y modelos— que las vacunas candidatas siguen siendo eficaces”.
El estudio también se descubrió que es poco probable que la cepa G requiera un ‘emparejamiento de vacunas’. Este es un proceso frecuente y consiste en desarrollar nuevas vacunas para combatir las cepas estacionales del virus en circulación. Esto sucede en el caso de la influenza.