En la grave y distópica crisis del coronavirus, hemos aprendido no solo a adaptarnos a una nueva forma de vida, sino toda una pléyade de términos que ahora nos rodean: pandemia, confinamiento, fases y ahora, por fin, la desescalada. En España las cifras de contagios y decesos han ido afortunadamente descendiendo y parece que por fin enfilamos el ansiado descenso de la curva.
La desescalada marca el fin del confinamiento que se hace de forma ordenada por regiones sanitarias; en la que vivo los datos son muy buenos y hemos pasado ya a la Fase 2 que marca una normalidad casi total en movimientos y actividad comercial. Con el optimismo de esta libertad sobrevenida, llamo a un amigo y le invito a tomar unas cervezas; la respuesta me deja pensativo: “yo casi prefiero esperar a que pase todo esto y volvamos a la normalidad”. Pero… ¿cuál es la normalidad? ¿Y si nunca la recuperamos?
Las autoridades hablan ya de una “nueva normalidad”, una denominación muy inquietante que nadie se atreve a describir. ¿En qué consiste exactamente? Todavía no hay una explicación clara, pero en lo que todos parecen estar de acuerdo es que no volveremos a la “normalidad” precedente y el virus, de alguna forma, pasará a formar parte de nuestras vidas. Esta nueva expresión esconde una nueva forma de vida a la que tendremos que adaptarnos, y no resultará sencillo. El gobierno regional del País Vasco, en España, no ha dudado en bautizar al plan de desescalada como “Nueva Vida” (Bizi Berri) ante del cambio de paradigma al que nos enfrentamos.
¿Estamos preparados?
La anormalidad de la ‘nueva normalidad’
Tal vez el pensamiento que más aterra es que es posible que nunca vivamos un mundo como el que hemos vivido hasta ahora. Esto es, que la mascarilla y, sobre todo, la distancia de seguridad se queden para siempre ¿Qué implicaciones tendría esto en esta nueva realidad? Los científicos nos van preparando para el peor de los escenarios: es posible que debamos acostumbrarnos a convivir con la COVID 19 puesto que, a corto y medio plazo, no hay un remedio que nos devuelva de un plumazo a la cotidianidad de hace tan solo unas semanas.
No es, desde luego, el primer virus que azota con violencia a la humanidad y por la experiencia vivida, la única forma de hacerle frente es mediante una vacuna o a través de la inmunidad de grupo. Para la primera, todavía toca esperar mucho, demasiado tiempo; para la segunda, todavía más, y eso sin contar una posible mutación de este tipo de coronavirus. De esta manera, en el peor de los escenarios —y más probable, en estos momentos— deberemos hacer cotidiano el distanciamiento social y el uso de las mascarillas. Es el fin, hasta nuevo aviso, del contacto humano. Y con todas las consecuencias.
Un nuevo mundo (y no tan terrible)
El uso de las mascarillas puede resultar incómodo, pero no será lo que realmente va a transformar de forma copernicana nuestra existencia: lo será el distanciamiento social. Hemos repasado ya cómo podría ser el nuevo mundo en el terreno del ocio, el transporte y hasta el trabajo, pero lo cierto es que el fin de las aglomeraciones va a tener unas consecuencias mucho más importantes de lo que podemos inicialmente esperar. Algunas voces sugieren ya que las ciudades serán lo primero que se transformarán para siempre. ¿Cómo configurar un transporte público de masas sin agrupar a la gente?
Curiosamente, será la tecnología quien nos ayude a llevar a cabo esta transformación y con un claro beneficiario: el medio ambiente. El confinamiento ha tenido un impacto directo en algo que afectaba directamente a nuestra sociedad: un claro descenso de la contaminación ambiental, un aumento del tele trabajo y una reducción radical de los accidentes mortales en carretera. Claro, esto último es una evidente consecuencia del frenazo económico y es solo una ventaja colateral de pararlo todo, pero… ¿es realmente esto así? The Guardian habla ya del “descendiente coste del distanciamiento”, en referencia a que nos vamos habituando a esta forma de operar y al final podrían salir los números.
Ciudades más verdes y tecnológicas
El teletrabajo forzado va a motivar que muchas empresas opten por quedarse definitivamente con esta forma de trabajar: se reducen los costes inmobiliarios y para el trabajador, los derivados del transporte diario al trabajo. La consecuencia es que las calles y carreteras se vacían y la atmósfera por fin empieza a respirar y recuperar su salud. El hecho de que ya no sea necesario trasladarse al trabajo va a tener un impacto directo en la configuración de las ciudades a medio plazo: ya no es necesario comprarse una casa en el entorno de nuestro puesto de trabajo ya que las herramientas de trabajo en equipo como Slack o Zoom, harán posible la normalización del trabajo en remoto.
La consecuencia más evidente es que uno puede vivir donde desee y a muchos kilómetros de su empleador, y así, las ciudades se aligerarán reduciéndose el coste de los inmuebles en las zonas céntricas. ¿Vas viendo por dónde irán los cambios? La sociedad va a transformar su conciencia hacia un sentimiento de humanidad y no un encuentro de humanos, y este cambio es realmente transgresor. Así las cosas, es muy posible que la humanidad se vea forzada a habituarse a una nueva realidad, y me quedo con las palabras de un amigo que parece que siempre ve más allá que el resto: “yo confío en la humanidad”.