Hay que reconocerlo: nos hemos acostumbrado mal, a no pagar, a tenerlo todo gratis. Sí, me refiero a todo lo que nos llega de internet. Una política que inició Google en la que se ofrecen servicios de alto valor añadido (Gmail, Fotos, etc.) de forma ‘gratuita’, y no hay que ser muy avezado para saber que nadie da algo a cambio de nada. Google se queda con tus datos (aunque sea en parte, anonimizados), para luego ofrecerte publicidad a medida que aparece en cualquier sitio que soporte AdWords; Facebook hace exactamente lo mismo aunque de una manera tal vez menos ética para muchos. Y a mí no me parece mal, puesto que ambas plataformas ofrecen un servicio por el que creo que estaría dispuesto a pagar.
Sé, a estas alturas de la película, que siempre hay que pagar por las cosas, y de hecho, el único servicio que puede despertar sospechas es Telegram, puesto que, que se sepa, no cuenta con un modelo de negocio conocido y depende de la voluntad y fortuna de un magnate ruso. Pero el escándalo ha saltado esta semana, cuando se ha conocido que el popular antivirus Avast vendía los hábitos de navegación (incluyendo los clics a páginas web) a un mayorista que a su vez los revende a grandes corporaciones como Google o Microsoft, entre otras). ¿Realmente ha supuesto una sorpresa conocer esto?
La fina línea entre la ética y el valor añadido
En concreto, un trabajo realizado por dos periodistas de Motherboard reveló que Avast vendía, con gran nivel de detalle, los patrones de navegación de los usuarios de su antivirus gratuito. Pero lo que resulta más preocupante, que esta información, aparentemente anónima, podía identificarse con cada usuario en concreto. Hablando en plata, si un usuario de Avast visitaba una web porno, con un poco de trabajo, las empresas que adquirían estos datos podían conocer su identidad.
Si bien es cierto que la controversia con respecto al uso de los datos por parte de Avast viene de lejos (en concreto, desde 2013), siempre uno respiraba más o menos tranquilo pensando que la información recopilada era anónima. Y vaya por delante que el acuerdo me parece bueno: uno entrega sus datos anónimos a cambio de un servicio, más o menos lo que sucede con Google. Sin embargo, el hecho de estos datos sean fácilmente descifrables e identificar a sus autores es lo que realmente debe llevarnos a una reflexión. ¿Cuál es la frontera entre el servicio y la salvaguarda de la privacidad?
Es mejor pagar
El negocio actual se encuentra en el minado de datos, esto lo saben muy bien las grandes corporaciones (y qué te vamos a contar de emporios como Strategy Analytics en su momento). Se ve que Avast sucumbió a la tentación de explotar la ingente información proveniente de su versión gratuita del antivirus, pese a que el Big data se alejaba de la esencia del negocio. Craso error que pagarán muy caro. El CEO de Avast ha corrido a disculparse y anunciar que han cesado esta actividad (anunciando que cierran Jumpshot, la filial a cargo de este siniestro negocio) y cerrando el comunicado con un “no te decepcionaremos”, pero… ¿quién instalaría tranquilo un antivirus que hace justo lo contrario de lo que promete: proteger la información del usuario?
A modo de anécdota, esta semana acudí a un café a trabajar y me conecté a la red abierta del local, que a su vez solicitaba mi registro en Facebook; nuevamente, no tuve problema y accedí, pero me detuve en el paso final en el que se puede comprobar qué información se concede. El susto fue mayúsculo: la parte imprescindible consistía en el email y edad (ningún problema con esto), pero activadas por defecto estaban las casillas en las que se concedía el acceso a todos los “me gusta” y publicaciones llevados a cabo por mi parte, y lo que da todavía más miedo: incluyendo las privadas. No hace falta decir que cancelé la conexión y volví a repetirme a mí mismo un mantra que me acompaña los últimos meses: “es mejor pagar”.
Siempre se paga: mejor tener el control
Debemos ser conscientes de que siempre se paga, de una u otra manera, y en algunas cosas, es mejor hacerlo con dinero y no perder el control ¿En qué? En mi caso renuncié a subir mis fotos a Google y opté por iCloud, un servicio de pago que garantiza que jamás venderá la información del usuario a terceros. Otro tanto de lo mismo con mi VPN: contaba con la posibilidad de contratar servicios gratuitos, pero dediqué tiempo (y dinero, claro) a contratar un servicio privado de pago que garantizara mi privacidad.
¿Quiere esto decir que los modelos freemium son abominables y que debemos huir de ellos? Al contrario: este modelo supone un estímulo para la creación de nuevos productos y servicios, pero debe saberse cuál es el precio a pagar. Si la filosofía personal de uno en la red es el gratis total, no debe escandalizarse si descubre que sus datos terminan en las manos de un gigante que le ofrece publicidad dirigida sobre tus gustos más secretos.