Un grupo de investigadores aseguró haber encontrado un mecanismo para prevenir la ruptura de la barrera intestinal vinculada al consumo de alto contenido de fructosa, lo que podría evitar una posterior enfermedad del hígado graso no alcohólico.
El consumo excesivo de fructosa, un edulcorante omnipresente en la dieta de muchas personas, puede provocar la enfermedad del hígado graso no alcohólico (NAFLD), cuya prevalencia se estima entre 15 y 25 por ciento a nivel mundial.
Contrariamente a lo que se creía anteriormente, los investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de California en San Diego descubrieron que la fructosa solo afecta negativamente al hígado después de que llega a los intestinos, donde el azúcar altera la barrera epitelial que protege los órganos internos de las toxinas bacterianas.
El desarrollo de tratamientos que previenen la alteración de la barrera intestinal, concluyen los autores en un estudio publicado en la revista Nature Metabolism, podría proteger al hígado de la enfermedad del hígado graso no alcohólico.
“La enfermedad del hígado graso no alcohólico es la causa más común de enfermedad hepática crónica en el mundo. Puede progresar a afecciones más graves, como cirrosis, cáncer de hígado, insuficiencia hepática y muerte”, afirmó Michael Karin, profesor de farmacología y patología en la Facultad de Medicina de UC San Diego.
El consumo de fructosa se ha crecido con la introducción del jarabe de maíz con alto contenido de fructosa (JMAF), un sustituto del azúcar más económico que se usa ampliamente en alimentos procesados y envasados, desde cereales y productos horneados hasta refrescos.
Múltiples estudios en animales y humanos han relacionado el aumento del consumo de jarabe de maíz con alto contenido de fructosa con la epidemia de obesidad en Estados Unidos y otros países, además de numerosas afecciones inflamatorias, como diabetes, enfermedades cardíacas y cáncer.
La Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos (FDA) lo regula de manera similar a otros edulcorantes, como la sacarosa o la miel, y aconseja solo una moderación de la ingesta.
Sin embargo, este estudio define una función y un riesgo específicos del jarabe de maíz con alto contenido de fructosa en el desarrollo de la enfermedad del hígado graso. «La fructosa es dos o tres veces más potente que la glucosa para aumentar la grasa hepática, una condición que desencadena la enfermedad del hígado graso no alcohólico», advirtió el investigador.
La fructosa se degrada en el tracto digestivo humano por una enzima llamada fructoquinasa, que es producida tanto por el hígado como por el intestino.
«Está muy claro que la fructosa hace su trabajo sucio en el intestino, y si se previene el deterioro de la barrera intestinal, la fructosa hace poco daño al hígado”´, añadió.
Los científicos notaron que alimentar a los ratones con altas cantidades de fructosa y grasa produce efectos adversos para la salud particularmente graves. Sin embargo, cuando la ingesta era moderada, no se observaron efectos adversos.
“Desafortunadamente, muchos alimentos procesados contienen jarabe de maíz con alto contenido de fructosa y la mayoría de la gente no puede estimar cuánta fructosa consume realmente”, precisó Karin.