7 de la mañana. Alexa nos despierta con su melodía, pero sabemos que no será un día normal, de hecho, ya nada será igual. Es el primer día tras haber decretado el gobierno de España el Estado de Alarma, una decisión casi sin precedentes que limita las salidas de casa y los movimientos; son unas pocas las causas que justifican la salida del domicilio y estamos confinados.
Levanto la persiana y el sol es radiante, algo poco habitual en San Sebastián, una ciudad más habituada a la lluvia y las nubes, y sin embargo no se ve a casi nadie por la calle. Uno de los supuestos permitidos es pasear a tu perro, una incomodidad convertida en lujo dadas las circunstancias pero sin abusar: se ha multado a una persona por pasear excesivamente a su perro, ese es el nivel de control.
Mi fiel acompañante y yo salimos a la calle. No hay un alma. Me cruzo con una persona que va con el pan (otra de las excepciones); nos miramos furtivamente y tímidamente nos distanciamos al cruzarnos, es el miedo al contagio, ese miedo que ahora nos va a servir para derrotar a este maldito virus. Llego a una amplia plaza que habitualmente está abarrotada y observo dos coches de la policía en la acera y con agentes vigilando. Voy con el perro, no hay problema. Avanzo unos metros y observo una chica rubia con coleta de espaldas; se gira y me sobresalto al descubrir que lleva un chaleco antibalas y la pistola reglamentaria. Me mira inquisidora, pero se relaja al descubrir a mi perro, pasaporte inesperado para el ocio. Puedo seguir, pero comprendo que soy un obstáculo para las autoridades y no quiero estorbar: aprieto el paso y vuelvo al confinamiento.
Encerrados
La rutina entre las cuatro paredes se desenvuelve con una sorprendente y curiosa facilidad: desde el Ministerio de Salud avanzan que luego será peor -se entiende que al principio esto es la novedad- que luego la monotonía y el confinamiento pasan su factura. En casa cada uno sigue con su rutina y quienes ya trabajábamos por nuestra cuenta desde hace años tampoco notamos una gran diferencia salvo que ahora estamos acompañados las 24 horas. Los sistemas educativos en España han abrazado ahora las plataformas online existentes para hacer deberes e incluso clases por vídeo conferencia y el asunto funciona. Eso sí, los horarios se mantienen para evitar trasnochar y sobre todo, amanecer a mediodía.
Han pasado pocos días y todavía no podemos decir que estemos aburridos per se, sino en fase de adaptación. Ir al supermercado se ha convertido en una experiencia bastante desgarradora, y no por la falta de suministro (el abastecimiento está más que garantizado), sino por las durísimas medidas de seguridad. Se debe ir de uno a uno, lógicamente, respetar el 1.5 metros de distancia, y entrar uno a uno; puedes suponer que lo habitual es encontrarse con colas en la puerta de estos establecimientos, pero no hay problemas de ningún tipo. Una heroica resignación y un fuerte sentido de resiliencia surgen ahora en medio de un gran sentido de comunidad.
Datos gratis y tele trabajo
El punto más álgido de esa solidaridad llega, a diario, a las 8h de la tarde, cuando todo el país, sin necesidad de más convocatoria, sale a la ventana y se funde en un aplauso de apoyo al personal sanitario que está luchando a brazo partido y en primera línea por acabar con este virus y salvar vidas. En la rutina diaria, las empresas que se lo pueden permitir por su actividad, han optado por enviar a sus empleados a casa y mediante plataformas como Slack, Zoom e incluso Skype o WhatsApp, mantener la actividad. Otras, por desgracia, se verán obligadas a bajar la persiana dejando a miles de trabajadores en todo el mundo en casa.
Los principales operadores en España se han solidarizado y han regalado bonos de datos (hasta 60GB en 4G) a sus abonados, a sabiendas que las redes se podrían saturar, y por desgracia, esto último ha pasado forzando a emitir un comunicado conjunto instando a hacer un uso razonable de la red y optar, en lo posible, por la telefonía fija para llamadas y datos. Y lo que todo el mundo tiene claro es que esto no es ninguna broma. Vehículos policiales recorren las ciudades con megafonía recordando que todo el mundo debe permanecer en sus casa, e incluso agentes de paisano piden la documentación y preguntan por el puesto de trabajo a los paseantes.
Playas y bosques cerrados, ciudadanos resignados y una estampa apocalíptica en las ciudades, que viven en primera persona el guión de una película de ciencia ficción. Los titulares de la prensa son también apocalípticos y no hay manera de huir del conteo de infectados y decesos víctimas del COVID19. Pero esta crisis está demostrando la fortaleza del ser humano, unido en desgracia y convencido de la victoria final (acumulando incomprensiblemente papel higiénico) y con la atmósfera de las ciudades libres de polución. Quienes todavía no se encuentren confinados, que se preparen con entusiasmo para el encierro y convencidos de que, desde casa, venceremos unidos esta batalla.