Ocurrió el 13 de octubre de 2010 y fue seguido en vivo por 1,300 millones de espectadores en todo el mundo, superando por más de 400 millones a la misión del Apolo XI en 1969.
El rescate de los 33 mineros chilenos atrapados bajo tierra es considerado el mayor y más exitoso rescate en la historia de la minería a nivel mundial.
Hoy, esta verdadera hazaña del esfuerzo y el ingenio humano cumple diez años, una fecha apropiada para conocer cuál fue la tecnología que permitió sacar desde el fondo de la tierra a este sacrificado grupo de trabajadores.
Primero, algunos datos. El derrumbe se produjo el 5 de octubre de 2010 en la mina San José, ubicada a 30 kilómetros al noroeste de Copiapó, en el norte chileno.
El accidente dejó atrapados a los mineros a unos 720 metros de profundidad durante 69 días. La ocurrencia de más derrumbes en los días posteriores, dejó a los hombres en una complicada y difícil situación.
Por lo mismo, el rescate parecía tan urgente como difícil.
Ingeniería de lo imposible
En su planificación participaron técnicos perforadores, rescatistas, ingenieros, médicos y psicólogos.
La idea principal consistía en abrir un pozo lo suficientemente ancho para enviar una cápsula de rescate.
Durante ese periodo, los mineros eran alimentados a través de otra perforación mediante la cual también podían comunicarse con sus familiares.
Luego de 33 días de perforaciones, la máquina Schramm T130 logró romper fondo a 623 metros de profundidad.
Esta máquina había sido construida para perforar pozos de agua y no para taladrar sobre roca dura, por lo mismo se gastaron treinta martillos de acero durante la excavación.
La cápsula milagrosa
Así, una vez que se consiguió llegar hasta el refugio donde se encontraban los mineros, llegó el momento de traerlos a la superficie.
Para eso se construyeron tres cápsulas (Fénix I, II y III), por parte de la Armada de Chile con asesoría de la NASA.
Cada una de estas cápsulas tenía 3.95 metros de largo, 54 centímetros de diámetro y pesaba 400 kilos. También estaban equipadas con ocho ruedas de amortiguación.
Estas cápsulas eran unos dispositivos únicos en su tipo, ya que las que se habían utilizado en operaciones similares eran apenas unas jaulas con rejas.
Las cápsulas chilenas eran sofisticadas y complejas, todo con tal de asegurar la integridad de los rescatados. Así, cada una poseía un innovador sistema de ventilación, además de cuatro tanques de oxígeno para ser usados en caso de emergencia.
Las Fénix avanzaron a una velocidad de un metro por segundo. Estaban sostenidas por un cable de 24 milímetros, afirmada por un brazo mecánico capaz de sostener hasta 54 toneladas.
La vestimenta de los mineros también fue elaborada de forma especial para la operación.
Estaban vestidos con trajes de hipora, que es una tela impermeable de poliuretano especial que permite la transpiración. Sus cascos fueron equipados con micrófonos inalámbricos y audífonos para mantener contacto con el exterior durante todo el proceso de rescate.
También contaban con cinturones biométricos, similares a los que utilizan los astronautas de la NASA, lo que les permitía a los médicos controlar su estado, presión arterial, temperatura corporal y ritmo cardíaco.
Como pasaron más de dos meses bajo tierra, los mineros salieron a la tierra usando unas gafas especiales de última generación, para así proteger sus ojos de los rayos ultravioleta de la superficie.
De esta forma, el rescate de los mineros chilenos constituye un verdadero logro de la ingeniería, donde fue necesario utilizar la tecnología más avanzada para conseguir lo que parecía imposible: traerlos con vida a la superficie.