Una tarde con los amigos y ahí estaba. Será difícil olvidar la mirada furtiva del primer amor, pero será todavía más complejo dejar atrás el tortuoso recorrido hasta poder conocer a esa persona. No hace tanto, cuando todavía no existía internet, una vez vista aquella persona que disparó nuestros latidos, el siguiente paso consistía en averiguar su nombre y, quien realmente se esforzara, el número de teléfono de su casa. Por aquel entonces, había que franquear el durísimo peaje de los padres, su “¿quién le llama?” y todo para que, muy probablemente, todo quedara en nada cuando el flechazo no era mutuo. Ahora todo es más fácil.
Ves a la persona, buscas su nombre en Google y comienzas a seguirle en Instagram. Ella te sigue y comienza el juego… o tal vez debamos hablar de flirteo. Un tímido “me gusta” a una foto que es correspondido con otro like equivalente y la consecuente subida hormonal; parece que aquello funciona y el reloj comienza a marcar las horas y los días. Antes necesitabas semanas o incluso meses (¿quién no ha conocido ese amor de verano al que solo veía de año en año?), ahora en un par de días los registros quedan marcados y dos «me gusta» suponen la luz verde para dar el siguiente paso.
Un romance sin arriesgar el amor propio
A nadie le gusta el rechazo y antes te la jugabas a tumba abierta: esas aproximaciones por teléfono era muy probable que terminaran con un «no» rotundo y sin anestesia. Una interacción frustrada que dolía hasta las personalidades más sólidas, pero ahora ya no hay que asumir tantos riesgos: la profesora de la universidad Complutense en Madrid, Amparo Lasén, explica en El País que los «me gusta» permiten a los entregados al flirteo “salvar la cara”, ya que casi no se asumen riesgos.
Pero salvado ese aspecto, luego la estrategia se iguala. Los likes se corresponden, pero si alguno de los nuestros queda sin reciprocidad empiezan a surgir las dudas. ¿Será que no le gusto? ¿A qué juega? Es como un mensaje en WhatsApp leído y sin respuesta. Aunque es muy posible que al otro lado de la línea la otra persona esté tan interesada o más que nosotros, pero todo sea una estrategia. A todos nos sabe mejor un premio que cuesta lograr y puede ser que la otra persona esté tirando del hilo con suavidad mostrando indiferencia.
Amores sin paciencia
Si la cosa progresa, lo siguiente en la aproximación sería un «me gusta» a una foto vieja y quien se atreva a más incluso a escribir el primer mensaje privado. Instagram sabía bien lo que hacía cuando incorporó un sistema de mensajería. Ahora, los romances se juegan en segundo plano. Quienes quieran jugar más duro o ir al grano siempre puede recurrir a Tinder o semejantes, donde ahí ya no se pierde el tiempo: un deslizar del dedo determina el sí o no, y da igual que nos rechacen 20 porque allí se pesca a red y algo siempre te llevarás de provecho.
Pero en el arte más sutil de Instagram hay hasta guías con algunas reglas que debes seguir para no parecer un pervertido o degenerado: la primera de ellas consiste en no irte muy lejos para hacer un «me gusta» la primera vez o la otra persona pensará que eres un depravado que hurga en su pasado. La segunda y fundamental es tener calma puesto que aquí no hay mucho que perder. Recordemos que no hay exposición como en otros tiempos. Sin embargo, esta inmediatez en el romance se traslada también al terreno de las relaciones: es que en las parejas más jóvenes parece que no tienen la paciencia de otros tiempos. Y es comprensible.
Quienes flirteamos en la época sin internet ni teléfonos celulares, conocemos bien el esfuerzo de lograr seducir a nuestra media naranja del momento, como para echarlo todo a perder por una discusión. Ahora todo queda a un gesto con el dedo de distancia y si nuestra pareja, la misma que seducimos por Instagram, tiene una semana de mal carácter, es muy fácil que hagamos un “no me gusta” y pasemos página reiniciándose de nuevo el juego. Lo peor del asunto es que, una vez consolidada la pareja, la redes sociales pueden jugar un papel perturbador en la relación motivado por celos y malentendidos. ¿Era mejor antes? Diremos que era todo muy diferente, más vibrante, pero mucho más lento.