Las personas no madrugan porque Dios las ayuda, sino más bien porque está en sus genes. Y lo mismo pasa con las siestas: las toman porque tienen una predisposición genética para hacerlo, concluye un estudio publicado en la revista Nature Communications.
El estudio realizado por investigadores del Hospital General de Massachusetts, en Estados Unidos, y la Universidad de Murcia, en España, consistió en realizar una revisión a los genes de 452,633 personas incluidas en el Biobanco del Reino Unido en busca de similitudes genéticas que indiquen cómo se regula el sueño. Entre los datos asociados se incluyó un cuestionario sobre la frecuencia de las siestas: nunca, raramente, a veces o con regularidad.
Con esta información, los científicos realizaron una prueba conocida como “estudio de asociación de genoma completo” o GWAS por sus siglas en inglés, y que permite analizar rápidamente conjuntos completos de ADN en busca de enfermedades, o en el caso particular de esta investigación, hábitos. El resultado fue la detección de 123 regiones del genoma asociadas al hábito de tomar siestas.
“Esto nos dice que las siestas diurnas son impulsadas biológicamente y no solo una elección de comportamiento”, dijo Hassan Saeed Dashti, uno de los autores del estudio.
Por ahora, los resultados indican al menos tres mecanismos potenciales que provocan que una persona sea más o menos propensa a realizar siestas diurnas. Entre ellos se encuentra una tendencia a requerir más horas de sueño que otras personas, la capacidad para compensar un descanso de mala calidad con un descanso en el día, y por último, una tendencia a madrugar que obliga a las personas a recuperar energía con una siesta.