La historia de Elon Musk es la de un niño sabelotodo que se hizo rico con anhelos tan grandes como su ego. Nació en Sudáfrica en una familia acomodada que, en pleno apartheid, decidió mudarse a Canadá. Al ser un curioso nato, aprendió a programar a los 10 años, y a los 12 vendió por $500 dólares su primer producto: el código fuente de un videojuego.
Pero aunque Musk nació con comodidades, su vida temprana siempre estuvo marcada por el trabajo. En Canadá, adonde llegó antes de cumplir los 18 años, trabajó como jornalero y más tarde como empleado bancario. Como estudiante, halló la manera de trabajar usando la astucia más que su mera fuerza productiva. Durante su estancia en Queen’s University, en Kingston, Canadá, vendía computadoras a compañeros suyos. Más adelante, cuando estudió física y economía en la Universidad de Pensilvania, los fines de semana convertía su casa en un bar improvisado en el que cobraba entradas a $5 dólares.
Musk pensó que su carrera seguiría con el doctorado y se inscribió a un programa de física aplicada en la prestigiosa Universidad de Stanford, pero renunció al cabo de dos días. Su decisión tuvo la misma suerte que la de otros prodigios de la tecnología y fundó junto a su hermano y un préstamo familiar de $28,000 dólares un directorio de negocios en línea llamado Zip2. La idea hoy suena sosa, pero en su momento fue lo suficientemente innovadora para venderla en 1999 al hoy extinto fabricante de computadoras Compaq por $307 millones de dólares.
Esa venta le dio a Musk $22 millones de dólares, pero como ocurrió con otros personajes que ocupan las listas de los más ricos del mundo, decidió invertirlo todo en otra empresa también en el sector del internet, X.com. Más tarde, en el 2000, la nueva compañía de Musk se fusionaría con su rival Confinity, fundada por Peter Thiel —uno de los tiburones más infames de Silicon Valley—, y se convertiría en PayPal, la empresa por antonomasia de los pagos en internet.
Dos años después, eBay compró PayPal por $1,500 millones de dólares, de los cuales $165 acabaron en la cuenta de Musk. De nuevo lo invirtió todo, aunque esta vez en negocios que en realidad no lucían como tal en aquel momento, y que más bien obedecen a las historias con las que Musk fantaseaba de niño: viajes interplanetarios y el futuro de la humanidad.
Obsesionado con sus sueños
A pesar de que Musk captó los reflectores mediáticos a finales de 2020 tras convertirse en el segundo hombre más rico del mundo, su actuar indica que el dinero es una de las últimas sino es que la menos importante de sus preocupaciones. En una entrevista con la BBC en 2014, dijo que no sabía cuánto dinero tenía realmente. Y antes, en 2009, cuando el mundo enfrentaba la crisis financiera y Tesla atravesaba problemas de producción que ponían en duda la viabilidad de la compañía, dijo haberse quedado sin dinero y mantenido con préstamos de sus amigos. Igual dijo que la quiebra no le quitaba el sueño; si acaso, lo que le preocupaba era el futuro de sus entonces cinco hijos. Aún así, le restó importancia. “Mis hijos hubieran tenido que ir a una escuela pública. Gran cosa. Yo fui a una escuela pública”, señaló.
Lo cierto es que Musk siguió bajo la marca de sus años mozos de trabajo duro. De hecho, el empresario tiene fama de ser un adicto al trabajo sin problemas para confesar que labora hasta 120 horas a la semana. La maratónica jornada habría de consistir en días de 16 horas de trabajo y aún así faltarían ocho. Pero su esfuerzo rindió frutos. Tesla ya es el fabricante de autos más valioso del mundo con una capitalización de alrededor de $500,000 millones de dólares, mucho más que competidores con siglos de historia como Ford o Toyota, y que refleja un reconocimiento del mercado a la visión de futuro de Musk con los coches eléctricos, que se prevé dominen las ventas del sector automotriz en las siguientes décadas.
Pero los mayores hitos de Musk trascienden lo económico. No hay duda de que al empresario lo mueve más la idea de llevar humanos a Marte que tener la delantera en las listas de los más millonarios del mundo. Y esa obsesión lo llevó a descifrar la clave de los viajes espaciales más económicos con sus cohetes reutilizables. Musk falló en repetidas ocasiones y literalmente quemó dinero —varios de sus cohetes prototipo explotaron— hasta que logró que el Falcon 9, que hoy es utilizado en misiones de abastecimiento y traslado de astronautas de la NASA a la Estación Espacial Internacional, pudiera despegar y volver con seguridad.
Hoy, ese cohete es la piedra fundacional de la colonización de Marte.
Claro que también hay claroscuros. Sobre el mito del empresario salvador del mundo a la Tony Stark descansan críticas de explotación laboral —espera que sus empleados le sigan el ritmo de las 120 horas—, acusaciones de plagio, ponderar el bienestar financiero de Tesla por encima de la salud de sus trabajadores (pidió reabrir la fábrica de Tesla en California en pleno confinamiento por el COVID-19) y hasta una explosiva personalidad que no titubea en insultar y calumniar en las redes sociales cuando algo no le parece. Que no quede duda que la genialidad tiene precio.