Las mascarillas se han transformado en uno de los mayores aliados para evitar la propagación del COVID-19. Aunque hoy día son parte del paisaje cotidiano, el inventor de este dispositivo sanitario, el médico malayo Wu Lien-teh , hace un siglo enfrentó una fuerte resistencia en su lucha contra la “peste de China”.
Hijo de emigrantes chinos, Wu Lien-teh nació el 10 de marzo de 1879 en la provincia malaya de Penang. Tras cursar la primaria en la entonces colonia británica, a los 17 años recibió la beca Queen’s Scholarship, gracias a la cual pudo ingresar a la Universidad de Cambridge.
Tras completar sus estudios en medicina, Lien-teh se transformó en la primera persona de origen chino en obtener un doctorado en Cambridge. Más tarde realizó estudios sobre la malaria y de bacteriología.
La peste de China
Más allá de sus méritos académicos, la gran contribución a la medicina moderna de Wu Lien-teh comenzó a gestarse en 1910. Una epidemia desconocida provocaba centenares de muertes diarias en el noreste de China: en cuatro meses se extendió por cinco provincias y mató a más de 60,000 personas.
El gobierno asiático recurrió al prestigiado médico, que desde 1907 ejercía como subdirector del Colegio Médico del Ejército Imperial en Tientsin, para que investigara la enfermedad y ayudara a erradicarla.
Después de tres días, identificó que se trataba de la peste neumónica, una enfermedad altamente contagiosa y que se propagaba por las vías respiratorias. Sus hallazgos iban en contra de las creencias de Occidente sobre la peste: que solo era transmitida por ratas o picaduras de pulgas.
Tal como lo han hecho la mayoría de los países para controlar el COVID-19, Wu Lien-teh sugirió imponer cuarentenas, restricciones en los desplazamientos, hospitales especiales para pacientes infectados y medidas para buscar de manera activa nuevos casos.
Invento innovador
Sin embargo, su idea más revolucionaria fue la fabricación de una mascarilla quirúrgica especial, compuesta por algodón, gasa y varias capas de tela, con el objetivo de filtrar las partículas potencialmente contagiosas.
Uno de los primeros obstáculos que enfrentó fue que la población, acostumbrada a la medicina tradicional, aceptara un cambio basado en un hallazgo científico.
Sin embargo, la muerte de su colega francés Gérald Mesny, pocos días después de haber visitado un hospital sin protección, hizo que la demanda por mascarillas explotara. “Todo el mundo la llevaba en la calle, de diferentes formas”, escribió el médico en su autobiografía.
Wu intentó desarrollar un sistema de arnés que sujetara la mascarilla y permitiera trasladar los cuerpos, en lo que ha sido descrito como una acción “sin precedentes” para proteger a los trabajadores más expuestos y a la población en general.
En 1935 se transformó en el primer malayo en ser nominado al Premio Nobel de Medicina, gracias al trabajo pionero que realizó en Manchuria.