La atracción por lo desconocido es inherente al ser humano prácticamente desde que dejó de ser un animal más, solo pendiente de comer, dormir y reproducirse. Y es que aquello que no tiene una explicación lógica nos atrae aún más que lo evidente, y el misterio, como tal, está en la base de las creencias más remotas de la humanidad.
Los neurólogos han descubierto recientemente que el cerebro libera dopamina, una sustancia asociada al placer, cuando una persona es sometida a experiencias terroríficas. Quizá esto es lo que explique la especial fascinación por fantasmas, vampiros y zombis. Pero ¿la ciencia dice algo más sobre estos fenómenos? ¿Son meras creaciones de nuestro cerebro? ¿Responden a mitos urbanos?
¿O son en verdad una posibilidad real? ¡Lo averiguamos!
¿Son reales los fantasmas?
Si eres de los que cree en fantasmas, no estás solo: 4 de cada 10 estadounidenses asegura que estos existen y 2 de cada 10 incluso dicen haber estado en contacto con uno. Pero, ¿realmente existen las presencias paranormales o la ciencia puede explicar estos eventos? La ciencia parece estar en contra de esta posibilidad.
Los infrasonidos (de una frecuencia inferior a los 20 Hertz), como los generados por terremotos, la actividad volcánica, turbinas eólicas o altavoces, pueden engañar al cerebro y provocar sentimientos como temor o medio. Además, respirar moho tóxico –habitual en lugares en mal estado donde suelen percibirse estas presencias– o monóxido de carbono puede provocar alucinaciones, demencia o miedos irracionales.
El origen de los vampiros
Los vampiros han sido parte del folclore de la humanidad durante milenios, con representaciones que traspasan las fronteras culturales sobre extrañas entidades que succionan la sangre de sus víctimas, como el chino jiangshi o los herukas tibetanos.
La creencia tendría su origen cuando las comunidades no podían explicar sus infortunios y culpaban al recién fallecido, que había regresado del inframundo. Cuando la tumba era abierta, los lugareños confundían los procesos de descomposición posmórtem habituales con fenómenos sobrenaturales, como estados de conservación que varían según el clima o el tipo de sepultura; o sangre corriendo por la boca, provocada por una hinchazón intestinal después de la muerte.
El vampiro más famoso de la historia es el conde Drácula que el escritor irlandés Bram Stoker describió en su libro de 1897. Stoker tomó algunos rasgos del príncipe Vlad Tepes, Vlad Drácula o Vlad el Empalador, considerado uno de los gobernantes más importantes del principado de Valaquia y héroe nacional en Rumania, lejos del mito del sádico bebedor de sangre.
Pero, ¿qué pasa con los vampiros modernos? Aunque en la actualidad muchos vampiros que se identifican a sí mismos como tales y participan en subculturas de inspiración gótica, es poco probable que beban sangre debido a la toxicidad de este fluido. Debido a que la sangre contiene altas cantidades de hierro, su consumo podría provocar hemocromatosis, una enfermedad que podría derivar en afecciones potencialmente mortales (enfermedad hepática, problemas cardíacos y diabetes).
¿Son posibles los zombis?
Hordas de muertos vivientes que comen cerebros son habituales en la televisión, pero ¿son posibles los zombis? Hay múltiples casos documentados en el reino animal de parásitos que son capaces de cambiar el comportamiento de sus huéspedes.
Por ejemplo, el hongo Ophiocordyceps libera esporas que infectan el cuerpo de la hormiga carpintera, controlando su actividad locomotora y, finalmente, matándolo. El hongo parásito brota de la cabeza del anfitrión, contagiando a otras hormigas sanas.
O con las avispas euderus set y bassettia pallida, cuyo comportamiento fue descrito recién en 2017. Las larvas de la bassettia crecen en una “cripta”, de la que se liberan mordiéndola cuando están maduras. Sin embargo, la euderus set pone sus huevos en la misma cripta y traspasa un parásito. Este manipula a la joven bassetia para que haga un agujero del que solo puede sacar su cabeza. Con su huésped atrapado, la avispa parásito se alimenta de su interior y cuando termina de desarrollarse, emerge a través de un agujero en la cabeza de éste.
¿Y podría ocurrir lo mismo con los humanos? Se estima que 40 millones de estadounidenses se han contagiado con el parásito unicelular toxoplasma gondii, que ha provocado que las ratas pierdan el miedo a los gatos. Pero se requería de un gran salto evolutivo para que cambie el comportamiento de los humanos. Además, los cadáveres se descomponen rápidamente, incapacitándolos rápidamente a medida que su carne y músculo se desintegraran en días o semanas.