Parte importante del planeta ya ha comenzado con el proceso de vacunación anticoronavirus.
Hay una opinión general de que esta es la única manera efectiva de reducir los contagios por COVID-19. Sin embargo, como ocurre en todo orden, no es una opinión unánime.
De hecho, hay países que, sencillamente, han decidido no vacunar a sus habitantes.
Quizá el caso más llamativo es el de Tanzania. A comienzos de febrero, el Ministerio de Sanidad de la nación africana anunció que el país no tenía planes de aceptar vacunas COVID-19, específicamente porque todavía no se ha demostrado “clínicamente que sean seguras”.
Este anunció se suma a una irresponsable actitud que han adoptado las autoridades: John Magufuli, el presidente, declaró a su país libre de coronavirus luego de que su administración dejara de publicar los datos epidemiológicos.
Así, en mayo se registraron 509 casos de contagiados (el país tiene 55 millones de habitantes). Desde ese momento, nunca más se compartió la información.
La decisión de no administrar las vacunas se vuelve peligrosa, no solo para los habitantes de Tanzania.
Si hay algo que hemos aprendido del SARS-CoV-2 es su propagación rápida, en especial al cruzar fronteras e incluso trasladarse de un continente a otro.
Inicialmente, con esta medida se verán afectados los intereses de África y sus esfuerzos para detener el coronavirus a través de las vacunas. “No cooperar lo hará peligroso para todos”, señaló John Nkengasong, director del Africa Centres for Disease Control and Prevention.
La postura de Tanzania puede resultar un peligro, sobre todo porque nadie conoce la gravedad de la pandemia en aquel territorio.
Si bien se pueden aplicar severas restricciones para los viajantes de la nación africana, es probable que la adopción de estas medidas resulte demasiado tardía.
De esta manera, la postura de sus autoridades también amenaza la inmunidad de rebaño, uno de los objetivos de la implementación de las vacunas a nivel planetario y una de las estrategias más eficaces de frenar el coronavirus.