Todavía lo recuerdo como si fuera ayer: disfrutaba muchísimo con mi BlackBerry Storm, un teléfono que hoy no hubiera superado los estándares de calidad del mercado debido a su peculiar pantalla, y observaba desde la distancia al iPhone. Por aquel entonces, el terminal de Apple se veía como algo muy de consumo y que no podía rivalizar con un teléfono profesional como las BlackBerry o incluso los primeros Windows Phone (recordemos las desafortunadas declaraciones de Steve Ballmer). Pero un buen día Apple me invitó a una de sus keynotes que cubrí, en parte, con mi Storm, y poco a poco fue creciendo en mí una semilla que ha cuajado hasta hoy. Mi primer iPhone fue el 3GS y desde ese modelo no he conseguido dejar jamás el ecosistema de Apple ¿Por qué?
He escuchado de todo, pero sobre todo el calificativo de fanboy o lo que entiendo que es la definición despectiva de un fanático que no ve más allá de una marca determinada. Pero ese no es mi caso. A lo largo de todos estos años he intentado abandonar el ecosistema de los de Cupertino en varias ocasiones y lo he hecho en un intento por profundizar en Android, su gran rival, pero siempre he vuelto al confort de iOS jurando que jamás intentaré salir de él y siempre ha sido por los siguientes motivos.
Todo, simplemente, funciona
El mantra It just works es demasiado real como para omitirlo; se puede sostener que Android es muy superior en algunos aspectos a iOS y seguro que es cierto, pero Apple ha conseguido que dentro de su entorno todo funcione sin fisuras. No se puede decir que el resto de plataformas falle de forma habitual, pero quienes haya tenido (o tengan) un iPhone, sabrán a la perfección a qué me refiero: en un iPhone todo se conecta a la primera, las aplicaciones no fallan y los reinicios son rarísimos. Puede parecer un tema trivial pero una vez que se vive esta experiencia, ya se asume como habitual y no aceptarás nada inferior.
Atrapado por la muñeca… y las orejas
Siendo sinceros, el motivo expuesto con el que abro el artículo sería suficiente para no querer salir del ecosistema, pero con el tiempo he descubierto que Apple ha tejido una tela de araña, casi sin que me dé cuenta, que me ha atrapado por completo. ¿A qué me refiero? Sin rodeos: Al Apple Watch y los AirPods. Ambos accesorios comparten algo que ha sido determinante: ya no puedo pasar sin ellos; personalmente soy capaz de dar la vuelta y regresar a casa si por un motivo me he dejado el Apple. Una vez que te acostumbras a utilizar el reloj para leer las notificaciones, añadir recordatorios e incluso hasta para encender la calefacción del auto a distancia, no eres consciente de ello y ya no hay vuelta atrás. Evidentemente, hay más relojes inteligentes en el mercado, pero ninguno cuenta con la integración con el ecosistema del Watch.
Y ahora que hablamos de integración, el otro producto de la casa sin el cual ya no puedes prescindir una vez que lo usas son los AirPods: Apple ha logrado reinventar un producto estandarizado como los audífonos e integrarlo en su red de una forma tan simple como eficiente. Ahora desde el Apple Watch subo el volumen o cambio de canción en los AirPods y todo funciona de una forma armónica. Nunca he valorado tanto el peso de estos accesorios hasta que he tenido que usar un teléfono Android para escribir sobre él: todo resultaba fantástico pero enseguida echaba en falta algo en muñeca y orejas. Estoy atrapado por unos accesorios que suponen una barrera de salida infranqueable.
Aplicaciones para todo y de calidad
Este punto seguro que resultará mucho más controvertido pero, por mi experiencia, las aplicaciones de la App Store de Apple tienen un comportamiento e interfaz más homogéneo que las existentes en Google Play. ¿Quiere esto decir que no hay apps mejores en Android que en iOS? Ni mucho menos, pero en términos generales, la experiencia de usuario en las apps de la App Store es más homogénea, como también lo es la sensación de seguridad, y esto seguro que tiene que ver con el control más férreo al que somete Apple a esta tienda de aplicaciones.
Todo queda en casa…
“Esta semana estaré probando un teléfono distinto así que contactad conmigo por Messenger”. Es un aviso que con frecuencia envío a mi familia cuando cae en mis manos un teléfono a analizar diferente al iPhone ¿Por qué? Porque prácticamente todo mi entorno (familia y amigos), utiliza ya iPhone. No ha sido algo deliberado ni ha sucedido de un día para otro, pero en casa fui el primero en utilizar este teléfono y poco a poco han ido “cayendo” todos enamorados de su encanto. Otro tanto ha sucedido con amigos y familia más amplia y casi sin darte cuenta, te comunicas con ellos a través de Mensajes o FaceTime hasta que se convierte en el estándar de tu entorno. Nuevamente, atrapado con sutileza por Apple.
¿Hay salida para esta «jaula de oro»? A día de hoy, resulta prácticamente imposible que una marca presente una solución tan integrada y eficaz como Apple y, por este motivo, me quedo con el iPhone. Eso sí, el peaje a pagar no resulta barato precisamente: quien opte por el iPhone debe renunciar a esbeltos diseños de los Android de gama alta y sus espectaculares prestaciones. Sí, miramos con cierta envidia de lo que es capaz la competencia, pero esa desazón nos dura poco, justo el tiempo en el que volvemos a mirar la pantalla del iPhone y seguimos usándolo.