Hace 20 años, se cerraban los servidores de la primera encarnación de Napster. El juicio frente a Metallica determinó que el servicio debía eliminar todas las canciones del grupo de su base de datos y, luego de que otros artistas impusieran demandas similares, a la compañía no le quedó más que declararse en bancarrota.
En julio de 2001, el Napster que conocíamos hasta entonces dejó de existir.
Pero de la misma manera, la industria musical como la conocíamos también se transformó. No solo porque cerró Napster, sino porque aparecieron nuevas aplicaciones que hacían básicamente lo mismo (y expandieron el servicio más allá de archivos de música) y todos los involucrados en el proceso de distribución de música mediante métodos legales tuvieron que empezar a cambiar el chip.
En 2001, la venta de música en formato físico todavía estaba en un punto alto. Los CD eran el medio más vendido, tanto por comodidad como por calidad de audio. Pero de la misma manera, tanto Ares como Kazaa o eMule con el tiempo le mostraron a la gente que el formato digital tenía ciertas ventajas.
Los primeros años de Napster tenían un gran inconveniente relacionado al estado de internet en ese entonces: las descargas de una canción en MP3 (3 MB aproximadamente) eran un proceso lento; ni hablar de descargar un disco completo de 10 o 12 canciones. Pero a medida que la banda ancha se fue haciendo más y más masiva, dicha desventaja empezó a quedar de lado. Además, con mayor velocidad de descarga, los archivos podían ser más grande y, por ende, la calidad también aumentaba.
En medio de este proceso, la industria discográfica se enfrentó a una disyuntiva: ¿hacer oídos sordos a la distribución digital o tomar el testigo de lo que hizo Napster, el servicio ilegal que a punta de demandas y abogados tuvieron que desarmar? Más importante aún, ¿qué formato consumiría el público una vez que se hicieran más y más patentes las ventajas del formato digital y la distribución vía internet?
Un ejemplo de las consecuencias de la batalla entre Napster y Metallica fue lo ocurrido con Tower Records. La cadena fue algo así como un símil de Blockbuster, con presencia internacional y en varios continentes. Tower Records era un punto casi obligado para los fanáticos de la música, ya que ahí se encontraba prácticamente todo y además había una megatienda en todas las urbes importantes de Estados Unidos y otras partes del mundo.
Cinco años después del cierre de Napster llegó el fin de Tower Records. La compañía tuvo que declararse en bancarrota debido a las altísimas deudas y a una realidad incómoda: la gente cada vez consumía menos música en formato físico.
En paralelo al fin de Tower Records, Apple entraba al negocio de la música digital: en 2003, comenzó a vender canciones en iTunes y solo durante la primera semana los usuarios compraron más de un millón de canciones. Años después, Amazon haría lo propio y lanzó la venta de canciones en MP3 por medio de Amazon Music, con un éxito similar.
Todo lo anterior es prueba de un fenómeno que hace 20 años era imposible de detectar por estar en pleno centro del huracán. El cierre de Napster en realidad fue más que un triunfo de la distribución legal versus los piratas de internet: el apagón de servidores fue un acto simbólico de que la industria discográfica a gran escala cambiaría para siempre.
Es probable que más de un ejecutivo de un gran sello o de Tower Records haya festejado con champaña el dictamen del juez. Sería bueno preguntarles qué piensan ahora.