Cuando los robots se parecen demasiado a los humanos, tanto en su apariencia como en su movimientos, generan una suerte de rechazo o miedo.
Esta es la hipótesis que desarrolló el ingeniero en robótica Masahiro Mori en 1970. Lo llamó “el valle inquietante”.
Este jueves, Eureka Alert dio a conocer una investigación realizada por psicólogos de la Universidad de Emory en la que se explican los mecanismos cognitivos subyacentes a este fenómeno.
La hipótesis de Masahiro Mori proponía que cuando las personas ven un robot con características similares a las humanas, automáticamente piensan que la máquina posee una mente. Y esa percepción conduciría a una sensación espeluznante.
“Descubrimos que es todo lo contrario”, asegura Wang Shensheng, uno de los autores del nuevo estudio.
“Lo que conduce al valle inquietante no es el primer paso, en el que se le atribuye una mente al androide, sino el segundo: cuando lo deshumanizamos. Nuestros resultados sugieren que a primera vista antropomorfizamos un androide, pero en milisegundos detectamos desviaciones y lo deshumanizamos. Y esa caída en la animicidad percibida probablemente contribuye a la sensación extraña”, añade.
Los hallazgos tienen implicaciones tanto para el diseño de robots como para entender nuestra percepción del ser humano.
“Los robots están ingresando cada vez más al dominio social. Para todo, desde la educación hasta la atención médica. Cómo los percibimos y nos relacionamos con ellos es importante tanto para los ingenieros como para los psicólogos”, agrega Wang.
“En el centro de esta investigación existe una pregunta: ¿qué percibimos cuando miramos una cara? Es probablemente una de las preguntas más importantes de la psicología. La capacidad de percibir las mentes de los demás es la base de las relaciones humanas”, destaca Philippe Rochat, profesor de psicología de Emory y autor principal del estudio.
Los expertos aseguran que antropomorfizar o proyectar cualidades humanas sobre objetos, es común. “A menudo vemos caras en una nube, por ejemplo. A veces también antropomorfizamos máquinas que estamos tratando de entender, como nuestros autos o una computadora”, añade Philippe Rochat.
Sin embargo, darle nombre a nuestro auto o imaginar que una nube es un ser animado no se asocia normalmente con un sentimiento extraño, concluye Wang.