Mi intuición me decía que tras suscribirme a Game Pass probaría más videojuegos, pues tendría acceso a un catálogo de títulos mucho más amplio del que me permite mi cartera. Eso se cumplió. Luego, un día leí que una ejecutiva de Xbox dijo que los jugadores que tenemos Game Pass gastamos hasta 20 por ciento más que los que no tienen Game Pass. Aquello me pareció contraintuitivo hasta que, sorpresa, fui parte de ese 20 por ciento.
“Los suscriptores de Game Pass pasan 20 por ciento más tiempo jugando, juegan 30 por ciento más juegos, juegan 40 por ciento más géneros y gastan 20 por ciento más”, dijo a Forbes Sarah Bond, ejecutiva de Xbox encargada del desarrollo de Game Pass como negocio.
Según la vocera, la clave radica en que, a diferencia del cine o las series de televisión —que son medios pasivos—, quienes tenemos acceso al que muchos llaman el Netflix de los videojuegos disfrutamos muchas otras oportunidades de juego. Se pueden comprar expansiones con más niveles, objetos cosméticos y, en el caso de juegos free-to-play, potenciadores para hacer la experiencia más llevadera.
Yo no soy esa clase de jugador. No soy el tipo que se gasta decenas de dólares en oportunidades para tener a Cristiano Ronaldo y Lionel Messi en mi equipo de FIFA Ultimate Team; salvo muy contadas excepciones, pago por contenido adicional durante el ciclo de vida inicial de un videojuego (sí, soy de esos que espera por las ultimate edition) así que me dije “bueno, allá ellos, que sigan haciendo rico a Microsoft”.
Entonces llegó Gato Roboto, un título que me llamó la atención por su título. Jamás había escuchado nada sobre él y tampoco me decidí a googlearlo cuando lo vi en el catálogo de Game Pass. Simplemente lo descargué, lo dejé arrumbado varios días hasta que una buena noche comencé a jugarlo. Es un juego del estilo metroidvania, uno de mis géneros preferidos. Quedé maravillado y jugué alrededor de una hora. Luego, al cabo de unos días sin volver a jugar, vi una leyenda sobre la pantalla del juego en mi Game Pass que me advertía que el título pronto dejaría de estar en el catálogo. Como costaba alrededor de $5 dólares, no le presté mayor importancia y no me apresuré a terminarlo como habría hecho el Allan de hace 15 años.
Otro día, volví a mi Game Pass y sorpresa, Gato Roboto ya no estaba ahí. Dado que es un juego 2D con gráficos simplistas un poco al estilo de la era de los 8 bit, lo busqué en otras plataformas. Lo encontré en oferta en Nintendo Switch por algo así como $3 dólares. No lo dudé y lo compré. Sí, fui ese 20 por ciento, pero no el 20 por ciento que acabó en las arcas de Microsoft.
Si bien mi testimonio no comprueba al pie de la letra los dichos de Bond, lo que me ocurrió resulta benéfico para una industria que se encuentra en una transición sobre su modelo de negocio con los juegos como una suscripción, ahí sí muy al estilo de Netflix. Para mí, Game Pass fue una especie de ventana a un juego que probablemente habría pasado desapercibido en mi vida y que al final, compré.
Y no, sigo sin terminar Gato Roboto. De hecho ni siquiera lo he iniciado en mi Switch.