El 6 de agosto de 1945, a las 08:15 de la mañana, Estados Unidos dejó caer sobre Hiroshima el primer ataque nuclear en la historia de la humanidad. Días después, la nación norteamericana repetiría la incursión sobre la ciudad de Nagasaki.
La primera bomba atómica explotó a 600 metros de altura y desató una verdadera furia de viento y radiación que terminó por matar en ese momento y los meses siguientes a 140,000 personas.
Según relatan algunos testigos, las personas que sobrevivieron huyeron al jardín Sukkeien de Hiroshima en busca de agua. El parque estaba a solo 1.7 kilómetros del hipocentro de la explosión.
“La gente comenzó a llegar al jardín desesperada en busca de agua, porque hay un río muy cerca”, señaló Tomoko Watanabe en conversación con la BBC.
“Llegaban descalzos. La piel de la espalda también les colgaba y la arrastraban desde los talones. Llegaban con el rostro ennegrecido pidiendo ‘agua, agua’, intentaban escapar del epicentro y caminaban como fantasmas”.
Tomoko sobrevivió a la tragedia y fue una de las fundadoras de Green Legacy Hiroshima (o Legado verde de Hiroshima), proyecto que envía a diferentes países del mundo semillas de los árboles que sobrevivieron a la explosión de la bomba atómica.
La idea de este trabajo es que surja una luz de esperanza detrás de tanta desgracia.
Son cerca de 160 los árboles sobrevivientes, de ellos solo 30 se encuentran en el mismo lugar donde estaban cuando estalló la bomba. El más antiguo aún permanece en el jardín Shukkeien, un majestuoso ginkgo biloba de 300 años considerado un silencioso testigo de la tragedia.
Un viaje al sur chileno
Las semillas se encuentran repartidas en distintos rincones del mundo, algunos de ellos tan apartados como Valdivia, ubicado en el sur de Chile.
En 2012, el biólogo Mylthon Jiménez de la Universidad Austral recogió en Santiago un sobre que traía desde Japón las semillas de tres árboles distintos: ginkgo, ilex rotunda y alcanforero.
Las semillas fueron enviadas por Green Legacy Hiroshima con una condición. A quienes las recibieron, se les pidió que las plantaran, las cuidaran y así pudieran transmitir un mensaje de paz y que la esperanza siempre se impone a la muerte.
Hoy las semillas, convertidas en plantas, forman parte del Jardín Botánico que esta universidad chilena tiene en Valdivia, y los encargados de preservarlas esperan que algún día puedan adornar la ciudad y narrar su historia de supervivencia.