Los homínidos dominaron la tierra antes que nosotros y, ciertamente, nos trazaron el camino al espacio. La proeza, sin la que hoy no hablaríamos de colonias humanas en la Luna o en Marte, la logró un chimpancé de nombre Ham el 31 de enero de 1961 —hace 60 años—, cuando a bordo de la nave Mercury Redstone viajó por el espacio durante 16 minutos. Con su viaje, Ham se adelantó 10 semanas al primer humano en alcanzar el espacio, Yuri Gagarin. Toda una proeza que le valió al histórico chimpancé un retiro con honores en el zoológico de Washington.
Pero si el histórico viaje de Ham, nombrado así por el acrónimo formado por el nombre del laboratorio que lo entrenó (Holloman Aeromedical), duró apenas 16 minutos, el entrenamiento que lo llevó a cumplir su promesa duró cerca de dos años. A puro condicionamiento operante, Ham aprendió a controlar aspectos básicos pero clave de la cápsula que lo llevó al espacio.
El lanzamiento se realizó el martes 31 de enero de 1961 desde Cabo Cañaveral, Florida, que años más tarde se volvería una plataforma icónica. Y aunque exitoso, el despegue tuvo un contratiempo que agregó un nivel de dificultad inesperado a la misión de Ham. Una falla técnica lo llevó a una altura y velocidad poco más del 30 por ciento de lo previsto, de modo que Ham se elevó a 253,000 metros a una velocidad de 9,426 kilómetros por hora. En el espacio, Ham experimentó 6.6 minutos de ingravidez.
A su vuelta, Ham amerizó en aguas del océano Atlántico. Como ocurre ahora con los amerizajes de astronautas, un barco acudió a su rescate. Estaba vivo, aunque deshidratado y cansado, pero sobre todo, con la proeza de haber sido, en aquel momento, el organismo terrestre más similar a los humanos en haber dejado la Tierra.
Ham se retiró dos años después luego de completar un sin fin de estudios médicos y científicos. Su lugar de descanso fue el zoológico de Washington, adonde fue trasladado en 1963. Para 1980, fue transferido al Zoológico de Carolina del Norte en Asheboro, donde murió en enero de 1983.
Los restos del histórico Ham se encuentran en el Paseo Espacial Internacional de la Fama en Alamogordo, Nuevo México. Junto a sus restos se ubica una placa en la que, en nombre de la humanidad, se le agradece haber trazado el camino que apenas unos meses después seguiría el cosmonauta Yuri Gagarin y el astronauta Alan Shepard.