En Oriente solían confundirse con serpientes aladas o dragones en el cielo oscuro. Recién en 1768, el científico Henry Cavendish logró comprender y explicar el fenómeno detrás de la formación de las auroras polares, que también tiene su símil boreal y austral, dependiendo del lugar del mundo donde aparezcan.
La NASA las define así: «Ocurren cuando los iones en el viento solar chocan con átomos de oxígeno y nitrógeno en la atmósfera superior. Los átomos son excitados por estas colisiones, y típicamente emiten luz cuando vuelven a su nivel de energía original. La luz crea la aurora que vemos. El color más comúnmente observado de la aurora es el verde».
«Las exhibiciones de cintas de colores, cortinas, rayos y manchas, siempre cambiantes, son más visibles cerca de los polos norte (aurora boreal) y sur (aurora austral) a medida que las partículas cargadas (iones) que fluyen del Sol (el viento solar) e interactúan con el campo magnético de la Tierra», complementa la Agencia Nacional del Espacio de Estados Unidos.
La NASA presentó así esta foto: «Como una brizna de humo verde eléctrico, la aurora austral aparentemente se cruza con el resplandor del aire de la Tierra cuando la Estación Espacial Internacional orbita sobre el océano Índico a mitad de camino entre Australia y la Antártica».
Algunos de los sitios que tienen la mejor visibilidad de este fenómeno son Nueva Zelanda, Australia, la Antártica, las Malvinas y las Islas Georgias del Sur.
En el hemisferio sur, el mejor tiempo para divisarlas corresponde a las estaciones de otoño e invierno, que se desarrollan entre el 21 de junio y el 21 de septiembre.