Hace unos años, me di de alta en LinkedIn Premium. Lo hice casi por cansancio, luego de recibir el enésimo correo electrónico invitándome a aprovechar las ventajas de la plataforma en una prueba gratuita. Así que, con la curiosidad de saber si la maravilla era real o no, puse la tarjeta de crédito —obligatorio para el mes de prueba— y entré al misterioso y fascinante mundo de LinkedIn Premium.
Si bien la idea era estar ahí solo por el mes de prueba, los 30 días iniciales se convirtieron en 60 gracias a que olvidé cancelar la renovación automática y me facturaron el mes siguiente. La experiencia fue algo curiosa, sobre todo para los que nunca pasamos más allá de la versión gratuita.
LinkedIn, la “red social” profesional
LinkedIn nació en los primeros días de mayo de 2003 gracias a un grupo de fundadores de PayPal que pensó que sería una buena idea crear una plataforma que permitiera hacer networking y redes entre profesionales.
Coloquialmente se habla de LinkedIn como una “red social para profesionales”, pero lo cierto es que nunca se planteó como tal. Cabe recordar que en 2003 las redes sociales en el formato moderno no existían; Facebook era apenas una idea en la mente de los hermanos Winklevoss. En cambio, lo que Reid Hoffmann y sus colegas pretendían era que el mundo profesional se conectara en una plataforma central, ya fuera al subir sus currículums, tejer redes con otros profesionales o compañeros de trabajo y, eventualmente, encontrar un trabajo nuevo.
En ese sentido, LinkedIn no tuvo sus orígenes en una frivolidad como Facebook o Fotolog (por nombrar un par), principalmente porque sus fundadores no eran universitarios sino personas con experiencias en fondos de inversión y compañías tecnológicas como PayPal o Google.
Pero pese a esa pericia, el primer año LinkedIn no tuvo un impacto muy grande. Hacia finales de 2003, la plataforma contaba con apenas 250 miembros, muchos de los cuales estaban ahí por ser contactos y amigos de los fundadores. Sin embargo, esto cambiaría pronto gracias a una recaudación importante que permitió aumentar las funciones del sitio y romper el estancamiento del primer año. Para 2004, LinkedIn contaba con 1 millón de miembros en total.
Desde mediados de los 2000 hacia adelante, el crecimiento de la plataforma se mantuvo constante gracias a nuevos flujos de inversión que permitieron expandirse a más idiomas además del inglés. Más importante aún —y a diferencia de otras plataformas sociales que mutaron en el camino—, LinkedIn pareció nunca perder su enfoque en el usuario profesional: si los miembros están ahí para encontrar trabajo y hacer conexiones, nadie se daría el lujo de vandalizar la plataforma y verse poco serios frente al resto.
LinkedIn es en la actualidad un monstruo que cuenta con 20,000 empleados y 740 millones de miembros. En 2016, Microsoft pagó $26,000 millones de dólares por la compañía, la adquisición más grande que han hecho los creadores de Windows en toda su historia.
Hoy día, buena parte de los profesionistas están en LinkedIn y usan su versión gratuita. Pero la pregunta es: ¿qué tan útil es dar el salto y pagar por LinkedIn Premium?
La experiencia Premium
No logro recordar exactamente cómo cambiaron mis interacciones en LinkedIn una vez que me convertí en usuario de pago (en el escalón más bajo, pero prémium al fin y al cabo), pero todavía tengo los correos de notificaciones que me llegaron: al parecer, muchas más personas estaban viendo mi perfil.
Y no solo podía saber quiénes eran cada uno de ellos, sino que también tenía un informe más detallado de qué hacían, dónde trabajaban, etcétera. Aparte, estaba la opción de enviar mensajes a personas que no estaban en mi red de contactos, algo que, por cierto, no utilicé, hasta que un día me contactó un headhunter.
Quizá para muchos profesionales que usan LinkedIn a diario tener este tipo de interacciones es normal. Pero yo llevaba apenas unos días como usuario de “pago” y ya estaba en el radar de una empresa que necesitaba alguien con mi perfil. Durante las siguientes semanas, pasé por un par de entrevistas e incluso visité las instalaciones de mi posible futuro lugar de trabajo. La historia, eso sí, no tuvo un final feliz: me avisaron que la vacante había quedado desierta, pero que había algunas oportunidades similares en el camino y que pronto me contactarían de nuevo.
En medio de ese paseo por varias entrevistas, olvidé cancelar el mes de prueba, por lo que se me cobraron los siguientes 30 días. Y aquí fue cuando caí en cuenta de que LinkedIn, como buena red para profesionales, es cara: los $10 dólares de Netflix o Amazon Prime son nada en comparación a los $30 dólares que cuesta la membresía prémium más barata de la plataforma.
Después de pensarlo un poco, decidí que no valía la pena seguir pagando. LinkedIn no me parecía un lugar demasiado interesante para interactuar con otras personas (esto quizá se debe a mi poca ambición en el mundo profesional) y en ese entonces tenía un trabajo estable, por lo que realmente no necesitaba uno nuevo. Además, hay cierta ironía en que esta plataforma sea muy buena para encontrar trabajo, pero también algo cara para quien justamente no lo tiene y sí lo necesita con urgencia.
No he vuelto a activar LinkedIn Premium desde entonces y tampoco nadie me ha vuelto a contactar desde ahí; con suerte, algunos pocos ven mi perfil (y seguramente arrancan al instante). ¿Habrá sido coincidencia? Sinceramente, no lo se.