La idea suena radical. Ir al baño, sentarse y practicarse un electrocardiograma. Levantarse, hacer lo propio y saber que los resultados de ese extraño chequeo médico, que en cualquier otro escenario involucraría ir al hospital, llegarán al médico de cabecera mientras uno baja la palanca. Con suerte, todo irá bien, pero la idea es identificar patrones que alerten a los médicos sobre algún evento de riesgo, como un infarto. Radical, pero real. Una startup de Estados Unidos trabaja en ella y cree que pondrá a la venta un retrete inteligente.
“Definitivamente no hay cámaras ni micrófonos”, cuenta a Forbes Austin McChord, uno de los involucrados en el proyecto conocido como Casana. A la hora de promover la idea, él y su socio Nicholas Conn pusieron de manifiesto el mercado al que apunta su retrete inteligente: cada 36 segundos, una persona muere por enfermedades cardiovasculares en Estados Unidos y 6.2 millones de estadounidenses padecen alguna enfermedad del corazón. Salvar vidas importa, claro, pero detrás de los números sobre este padecimiento hay un gasto anual de $219 mil millones de dólares. Y Casana quiere una porción.
Visto sobre un baño, el retrete de Casana no tiene nada fuera de lo habitual. Y aunque posiblemente la versión que llegue al mercado esconda bien los componentes, al levantar el prototipo quedan al descubierto un par de circuitos electrónicos que hacen parte del trabajo. El resto es de plano invisible para el usuario. Un par de algoritmos ejecutados en la nube se encargan de la lectura de los datos cardiovasculares y de limpiar el “ruido”. No ese ruido, sino la interferencia que podría generar una lectura errónea.
Pero, ¿por qué un retrete y no un dispositivo especializado como un reloj inteligente? Para Conn la pregunta es retórica. Los miles de estadounidenses que padecen enfermedades del corazón, especialmente los mayores de 65 años, se rehúsan a realizar las rutinas que podrían salvarles la vida. Ir al baño es algo de lo que no pueden escapar.
Por ahora, el retrete inteligente de Casana espera luz verde por parte de la Administración de Alimentos y Medicamentos, que analiza con lupa la precisión de las lecturas del dispositivo pues, después de todo, son mediciones que podrían salvar la vida de una persona. “Esperamos que en un plazo de un año podamos iniciar el proceso de comercialización”, remata McChord.