Tal vez porque llevamos unos 1,200 años asociando con dragones y criaturas con cuernos a la figura del demonio, y más concretamente, con la de Satanás, meses después de que Pokémon llegó a América el 27 de febrero de 1998, grupos de sacerdotes cristianos en varios países del mundo comenzaron a nombrar a Pikachu y sus entonces 150 compinches como los nuevos emisarios del mal. Unos que, por si fuera poco, atraían a la niñez y la juventud con los videojuegos, un artilugio que ya antes causó matanzas atroces.
Total que ese poderoso motivo se hizo camino hasta los noventa. La caricatura que contaba las aventuras de Ash y Pikachu para convertirse en un maestro pokémon se convertía en un éxito y los juegos Pokémon Red y Blue vendían miles de copias.
Tras bambalinas, el demonio metía su mensaje a niños en todo el mundo. Para los mensajeros de Dios la amenaza era obvia. Pikachu no era un juego de palabras entre una especie y el sonido onomatopéyico de los ratones según los japoneses, sino las letras tras las que se ocultaba el dios de la reencarnación.
Para otros la manipulación del demonio era más bien sutil. No era que Pikachu fuera un carismático servidor del diablo, sino que Satanás lo usaba habilidosamente para detonar esos comportamientos atribuidos, según el cristianismo, al demonio. Lo cierto es que en aquellos años, varios de los millennials que enloquecieron hace unos años con Pokémon Go eran niños de 10 años obsesionados con todo lo que tuviera amarillo.
Reino Unido se escandalizó cuando niños de escuela básica actuaban cual mafiosos para conseguir la carta del cotizado Gengar. Y como Mewtwo causaba zafarranchos estilo The Warriors, las escuelas comenzaron a prohibir cualquier cosa relacionada con Pokémon. Encima, algunos niños fotosensibles que vieron una escena de la caricatura terminaron con ataques de epilepsia. Pura obra del demonio.
Lo cierto es que, detrás de la escandalizada sociedad de adultos que culpaba al pasatiempo de moda de los niños por sus descuidos en la crianza, había ya varios casos de violencia cometida por adolescentes en la que la culpa se atribuyó al menos parcialmente a los violentos videojuegos, con Mortal Kombat y Doom como los primeros señalados. Los religiosos fallaron en su misión y Pikachu quedó, literalmente, en la piel de los demonizados.
Hasta ahora, ninguna investigación científica ha concluido un nexo directo entre la violencia y los videojuegos o los personajes de fantasía, aunque algunos reconocen que, como cualquier otro producto cultural y mediático, son una fuente de contacto con la violencia. De la relación entre Pikachu y Satanás no podemos más que agregar que hace 10 siglos al demonio se le pintó como un dragón, y pokémon está lleno de dragones.