El debate está sobre la mesa y a determinadas edades, resulta muy difícil encontrar un equilibrio entre el espacio, la privacidad personal y la seguridad de nuestros hijos. Si eres padre, sabrás perfectamente a qué me refiero ¿Qué está haciendo nuestro hijo con su teléfono? ¿Lo sabemos realmente? La tendencia educativa actual insta (adecuadamente, dicho sea de paso) a dejar espacio a los menores, que sean ellos quienes, en base a la experiencia, tomen sus propias decisiones en la vida. Sin embargo, las amenazas actuales nada tienen que ver con lo que vivimos en nuestra infancia: internet es un campo abierto a cualquiera, delincuentes incluidos, y los menores no tienen por qué saber que hay gente mala con capacidad de hacerles daño.
Este testimonio tan rotundo de Christopher Null en Wired me llamó mucho la atención, sobre todo por la claridad de sus argumentos: en el domicilio del autor, tanto su mujer como él, habían dejado claro a sus hijos que los dispositivos que usaban no eran de su propiedad y, en consecuencia, podían supervisarlos a voluntad. Muchos verán una maniobra intrusista en incluso poco respetuosa con el menor o adolescente, pero es precisamente al contrario ¿Por qué deberías supervisar activamente los dispositivos de tus hijos?
Por puro sentido común
¿Quién no se ha encontrado con una imagen en la web o su correo o WhatsApp que desearía no haber visto nunca? Los adultos, con nuestros recursos, somos susceptibles a pasar un mal trago en la red, pero tenemos la capacidad de pedir ayuda o responder a una posible agresión. Un menor no tiene nada de esto. En un mundo en el que lo digital tiene casi más peso que lo real, una agresión, amenaza, o propuesta delictiva, puede colocar a nuestros hijos en una situación angustiosa en la que pueden dar una respuesta que ponga en riesgo su integridad.
Por otro lado, muchos menores carecen de la menor conciencia del alcance de lo que publican en la red; basta con un paseo por Instagram para corroborar esto último. No hay una dimensión clara del peligro y las amenazas son muchas: desde acoso, violencia, drogas… El sentido común nos indica que es sano estar encima, al menos hasta que tengan conciencia de dónde se mueven.
Sentirse amparados
Los que sean padres conocerán una clásica paradoja: en ocasiones, cuando reprimes a tu hijo algún comportamiento y le castigas, de pronto, su carácter se suaviza y hasta es posible que sonría ¿Por qué? Por algo que ya sabemos todos: una persona formándose necesita conocer cuáles son sus límites y esta máxima también es aplicable a la red. Un menor que sabe que sus padres comprueban su actividad en la red (y en otros ámbitos de la vida) se siente querido y protegido. Y no hay nada peor que esa falsa sensación de libertad que puede tener un adolescente.
Juega en su terreno: usa la tecnología
En nuestra casa tuvimos claro que supervisaríamos en parte la actividad de los menores en casa y se ha aplicado. Una cámara Netatmo con reconocimiento facial alerta de las entradas y salidas de casa, y es algo especialmente útil cuando no estamos en casa o durante las salidas nocturnas. Además, Google Wifi nos permite establecer unos horarios de conexión de la red inalámbrica en casa de forma que todo el mundo sabe que, a una determinada hora, se acaba internet.
Todos en casa cuentan con Buscar a mis Amigos o aplicaciones semejantes en las que se comparte la ubicación en tiempo real, y esto nos ha ahorrado más de un susto. Puedes pensar que se trata de una especie de prisión dictatorial, pero en realidad es sentido común y supervisión y a la postre es una solución mejor para todos. Por fortuna, existen multitud de soluciones tanto en lo que toca al hardware como el software, orientadas a la supervisión, y es muy aconsejable que al menos, las consideres.
La autonomía es algo que se gana demostrando responsabilidad, y tal vez la de los padres sea la de hacer de ‘poli malo’ supervisando en todo momento lo que sucede en las pantallas de los teléfonos y iPad de sus hijos. ¿Demasiado restrictivo? Posiblemente, pero siempre será mejor que lamentar un mal al que llegarás siempre demasiado tarde.