El 1 de febrero de 1935, y gracias a su trabajo como agente de la policía en Berkeley, Leonarde Keeler presentó el primer polígrafo (o detector de mentiras).
Un día después, el 2 de febrero, el dispositivo fue puesto a prueba y utilizado con dos criminales en Portage, Wisconsin, que terminaron condenados por asalto cuando los resultados del polígrafo fueron presentados en los tribunales.
Si bien estos artefactos ya habían sido mostrados con anterioridad, Keeler es considerado el primero en presentar el polígrafo de tres canales que imprimía los resultados en papel. Muchos lo ven a él y a su compañero John Larson como los creadores de este invento.
En líneas generales, el polígrafo es utilizado para el registro de respuestas fisiológicas. Se apoya en la idea de que estas son distintas si decimos la verdad o mentimos.
El problema es que el detector de mentiras no cuenta con validación científica, y varias investigaciones de instituciones han puesto en duda su funcionamiento.
El problema con los espías
Los detractores del polígrafo hacen referencia a los inconvenientes del aparato para detectar a los espías. Hay casos memorables, como el de Aldrich Ames, un agente doble que pudo eludirlo en dos ocasiones, en 1986 y 1991.
Los tests fueron aplicados por expertos de la CIA, que sospechaban de uno o varios infiltrados rusos al interior de la agencia. Pese a los dos resultados negativos, Ames efectivamente trabajaba para la desaparecida Unión Soviética.
Si bien el detector de mentiras se sigue utilizando en las fuerzas policiales de alrededor de 90 países, la comunidad internacional de psicología, en general, recomienda no hacerlo.
Por supuesto, la fama del dispositivo no es la misma de hace algunas décadas y hoy más bien es aplicado como un aparato capaz de medir los niveles de ansiedad; eso sí, está comprobado que esto se puede deber a varios factores, por lo que no se recomienda asociarlo a algo en particular, como el haber cometido un delito, por ejemplo.