¿Puede el cine influir en la realidad de forma determinante? ¿Puede una película cambiar las reglas del juego fuera de la pantalla, en el llamado “mundo real”? En 1971, un joven director llamado George Lucas estrenó THX 1138, una distopía de ciencia ficción que describe una sociedad en estado policiaco. La película fue algo así como el modelo primigenio de Star Wars, que no se estrenaría sino hasta 1977.
Seis años después de la llegada de esta película, el presidente Ronald Reagan, un republicano conservador al que bien se le podrían encontrar similitudes con los varios políticos del Imperio Galáctico, aludió a Star Wars para promocionar un sistema de defensa antimisiles en las postrimerías del enfrentamiento político con la Unión Soviética conocido como la Guerra Fría.
La Fuerza está con Estados Unidos
Ronald Reagan fue presidente de Estados Unidos entre 1981 y 1989. Antes, fue gobernador de la cuna del entretenimiento del mundo, California. Precisamente, su estadía en dicho estado, adonde se mudó en 1937 (era oriundo de Illinois), le valió trabajar como actor en varias producciones cinematográficas y televisivas.
Con ese carisma y carácter de insider del cine, Reagan invocó el 23 de marzo de 1983 a la célebre saga creada por George Lucas para promocionar la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI, por sus siglas en inglés), una flotilla de satélites diseñada para interceptar con rayos láser el lanzamiento de misiles nucleares soviéticos a los que llamo La guerra de las galaxias.
“Si se me permite robar una frase de la película… la Fuerza está con nosotros”, dijo Ronald Reagan al presentar el SDI.
Lo cierto es que como en Star Wars, donde la construcción de la Estrella de la Muerte y su superarma láser destruye planetas, el desarrollo del SDI también se manejó en secreto. Su responsable fue el físico teórico Edward Teller, un científico de ideas poco convencionales, por decirlo de manera amable, que había propuesto reducir la dependencia política al canal de Panamá al construir otro en América del Sur con la detonación de una bomba de hidrógeno.
Reagan, cuya popularidad decaía en 1983, vio en el proyecto de Teller la salvación de su administración y también la forma de equilibrar el delicado balance de poder bélico entre Estados Unidos y la Unión Soviética, consignado en las crónicas de la época como tener a dos bravucones que se apuntan mutuamente a la cabeza y se amenazan de manera perpetua con jalar el gatillo.
Reagan presentó el proyecto no al Pentágono ni a la OTAN, sino a quienes verdaderamente importaban para un anuncio más de fantasía que de realidad: los electores. En su mensaje televisivo del 23 de marzo de 1983, Reagan aludió al futuro de la humanidad y aseguró que el futurístico armamento dejaría en la obsolescencia a las armas nucleares.
El sistema SDI jamás se construyó.
La ciencia ficción al servicio de Estados Unidos
El discurso dado por Ronald Reagan para anunciar su sistema satelital antimisiles fue rico en referencias a Star Wars, que estaba a meses de ver el estreno de The Return of the Jedi. De inicio, el informe abrió con la frase “una nueva esperanza” en clara alusión al título de la primera película estrenada por Lucas.
Los satélites también eran denominados battle stations, además de que Reagan llamó a la URSS un “imperio del mal”. Aquellas alusiones nada crípticas le valieron al presidente republicano críticas de legisladores demócratas, como el senador Paul Tsongas, quien de plano dijo que posiblemente Estados Unidos acabaría siendo gobernado por R2-D2.
Al final, el discurso de Reagan sirvió a un fin político. El mensaje fue claro, hizo eco en las masas, le valió una portada en la revista TIME y, aunque más por factores externos que por la política misma de Reagan, la Guerra Fría llegó a su fin sin un holocausto nuclear.