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Así ha sido mi experiencia viajando en un auto eléctrico

Viajamos en un auto eléctrico y te contamos nuestra experiencia

Imagen utilizada con permiso del titular de los derechos de autor

Todo es nuevo. Desde que di el paso de dejar atrás los humos de mi auto con más de una década de vida y 250,000 kilómetros a sus espaldas, mi apuesta por un auto eléctrico siempre la he percibido como algo nuevo, casi como un salto al vacío. ¿Por qué? Porque este tipo de vehículos se sigue viendo como algo diferente en un mundo demasiado habituado al petróleo; no es que las infraestructuras no estén del todo preparadas, que no lo están, sino que somos nosotros mismos quienes marginamos la experiencia con nuestras creencias. Con todo este peso encima, me decidí a realizar un viaje de 400 kilómetros en pleno invierno y por la zona norte de España y he querido compartir mi experiencia desde estas líneas.

Un cambio de chip

El viaje en un auto eléctrico no comienza cuando te sientas y te dispones a conducir: empieza a la hora de planificarlo. A diferencia de un vehículo de combustión, en uno eléctrico no te puedes sentar sin más y conducir (aunque lleves la batería al máximo): hay que planificar las paradas con antelación, y posiblemente la herramienta más útil y popular sea ABetterRoutePlanner. Esta web incluye no solo la navegación con el cálculo de paradas a hacer en estaciones de carga, sino que contempla la autonomía propia del vehículo, y algo determinante: la orografía del terreno. No es lo mismo conducir en plano que subir puertos de montaña en un auto de estas características.

Ruta planificada en un recorrido con dos paradas, una de 20 minutos la primera en el cargador de Lopidana (carga ultrarrápida), y otra en Burgos de 45 minutos (carga rápida). Inicio el viaje y comienza la experiencia: nada es lo mismo, el BMW i3 no parece que rueda, sino que se desliza por la vía con el único sonido del viento y la rodadura. Viniendo de un auto viejo, el salto tecnológico es importante y el vehículo cuenta con velocidad de crucero adaptativa que, además, tiene en cuenta el consumo para rodar “a vela” siempre que pueda y evitar frenadas y aceleraciones bruscas. La experiencia de conducción es simplemente deliciosa y al tratarse de un vehículo eléctrico, los adelantamientos son un mero trámite al disponer del máximo par en todo momento.

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Los nervios del novato

A medida que transcurren los kilómetros compruebo cómo la barra de la autonomía desciende a un ritmo que me parece simplemente vertiginoso. Si bien todo el viaje está planificado y no debe haber problemas, mi cabeza de conductor novato de auto eléctrico va mucho más rápido: “¿Seguro que el cálculo está bien hecho?”, “¿y si el punto de carga está lleno o no funciona?”. Lo cierto es que esto segundo es una posibilidad que está ahí y con la que hay que contar, aunque resulte muy improbable. En un auto de combustión nunca te preocupas si el surtidor está averiado porque en pocos kilómetros habrá otro. Aquí todo es diferente: si llegas a un punto de carga y no funciona, “tienes que contar con un plan B y C”, como me sugirió Paco Culebras, responsable del sensacional podcast sobre automoción eléctrica Plug&Drive.

Sin embargo, por fortuna, fue todo bien. La otra gran lección que aprendí es que con los autos eléctricos las prisas son unas malas consejeras, y de hecho, hay que darse todo el margen de tiempo del mundo en un viaje: para empezar, cada recarga, en el mejor de los casos, es de unos treinta o cuarenta minutos, pero en los tramos largos, será necesario cargar durante 45 minutos al menos. Y eso contando con puntos de recarga (PDR) rápidos. Así las cosas -y dependiendo del vehículo- hay que calcular al menos media hora de pausa por cada 1 hora y media de viaje, pero compensa por la sensacional experiencia de conducción, saber que no se contamina y que el costo es infinitamente inferior al de un auto de combustión.

Las pausas las aproveché para trabajar y descansar (parece mentira, pero con mi auto anterior apenas hacía las pausas obligatorias), con lo que no tuve en ningún momento la sensación de malgastar el tiempo. Es otra filosofía de viaje en la que se depende mucho de las instalaciones del PDR: ¿tiene cafetería? ¿Alguna zona para pasear? Parecen preguntas tontas pero uno de los puntos sugeridos por el plan de viaje era excelente en lo que toca a la calidad de carga, pero estaba ubicado en un páramo en el que solo podía comprar bebidas y comida preparada en la gasolinera.

Un tormentoso regreso…

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Imagen utilizada con permiso del titular de los derechos de autor

En un viaje de estas características todo gira en torno a la carga, y antes de reservar alojamiento, me aseguré de que me proveerían con algún tipo de carga, y realmente cualquier tipo de carga serviría. Me alojé en un hotel monasterio que no me puso pegas y al llegar me ofreció un enchufe exterior con un cable alargador: la estampa era como una broma, pero lo segundo que aprendí es que un auto eléctrico es como un teléfono, que lo enchufas por la noche y al día siguiente está totalmente cargado. La ventaja es que desde la habitación pude comprobar en todo momento el estado de la carga y acondicionarlo para mi salida: a la hora indicada, el auto estaría climatizado y con la batería a una temperatura idónea para la conducción.

Este último dato es determinante porque la temperatura juega un papel crucial en la autonomía de un auto eléctrico, y esto nos lleva al regreso, que fue… de infarto. El plena tormenta invernal y con temperaturas que apenas superaban los 5 grados Celsius, viento huracanado y una lluvia torrencial durante todo el viaje, me vi iniciando el regreso. El confort del viaje siempre fue máximo, pero pronto descubrí que la estimación de autonomía del sistema era totalmente irreal, algo de lo que ya se me había advertido. Pese a ello, me propuse hacer un regreso sin pagar un solo euro (sí, descubrí que había una ruta en la que los PDR eran gratuitos); un craso error que pagué con un buen susto.

Por resumir la historia, me vi en plena noche y operación de tráfico de navidad, con una tormenta de granizo, viento y nieve, y con una autonomía de apenas 40 kilómetros, deshaciendo parte del camino para ir a un PDR no planificado. La historia terminó bien, porque ese punto de carga operó más rápido de lo esperado y pude regresar con un 30 por ciento de batería en destino. Lección aprendida: el mantra “carga siempre que puedas” era real, y mejor contar con un plan B, C y D, así como un colchón de seguridad. ¿Miedo por repetir la experiencia? Al contrario, cuento los días por volver a recorrerla, ahora desde la experiencia.

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